martes, 28 de octubre de 2014

Feliz noche de los difuntos, de las brujas, de los finaos, de Halloween...

Hola amigos.
 
Queremos desearles una feliz noche de los difuntos, de las brujas, de los finaos o de Halloween, según cada uno quiera. Así lo vivimos nosotros una vez, y así se lo contamos  ;)

TROVARELATO: UNA NOCHE DE CONCIERTO

El chófer de la guagua estaba desconcertado. A pesar de sus más de veinte años conduciendo por aquellas carreteras, apenas si reconocía el paisaje. Y aunque el tremendo chaparrón que caía dificultaba su visión, le parecía increíble que lo que veía a través del parabrisas no le resultara nada familiar. Muy extraño.
 
Tras varios desconocidos kilómetros, al fin se divisó una brillo a lo lejos. La luz se agrandaba a medida que la guagua se acercaba a ella, hasta que tomó forma de un cartel luminoso en el que se podían leer unas pocas letras. Todos respiraron aliviados al ver el enorme neón colgando de lo alto de un amplio escenario, “LA TROVA EN CONCIERTO”. Allí era.

El grupo nunca se había encontrado con una actuación como aquella. Todo sigilo y secretismo. Sencillamente, en un ensayo alguien encontró un sobre con una dirección, una fecha…y el doble del cache del grupo en metálico…así que ¡contratados!

Justo en el momento en que la guagua aparcó junto al escenario dejó de llover. Fue totalmente repentino. E impactante. Sobre todo porque el escenario al aire libre, las sillas del público y hasta las aceras estaban totalmente secas. ¿Cómo podía ser? Surgieron los primeros murmullos en el grupo.

Una vez sobre el escenario para las comprobaciones de sonido, el director musical encontró una nota en su silla que rezaba lo siguiente: “Damos la bienvenida a La Trova. El pueblo está en fiestas y todo está preparado. Por favor, sean profesionales y comiencen a las nueve en punto sin excusas. Sean puntuales. El Alcalde”

Quedaban veinte minutos, lo justo para probar algo del repertorio antes de empezar la actuación. Los temas de ensayo salieron rodados, como nunca, perfectos, lo que ya de por sí era muy sospechoso. Pero lo que a todos más extrañó fue que, por primera vez desde que aquel grupo era un grupo, nadie se quejó en la prueba de sonido. Todo el mundo parecía estar conforme. Cada trovero estaba contento con su sonido, con su micro, con su monitor, con el afinado de su instrumento, con su posición en el escenario…hasta con su peinado. No hubo una palabra sobre otra y aquella noche LA TROVA, más que LA TROVA, parecía la agrupación de niños cantores de San Ildefonso. ¡Increíble!

Diez minutos para las nueve. La Trova se colocó en su formación habitual. Sus integrantes se miraban unos a otros, extrañados e incrédulos. ¡Porque todavía no había público! Allí no se veía ni un alma. Ni una sola persona. Nadie. El silencio era total, tan solo roto por los cuchicheos de los mismos troveros en el escenario.

El Director se dirigió al grupo.

-¡Silencio! Seamos profesionales. No han dicho a las nueve y a las nueve empezaremos. Ya hemos cobrado por esta actuación y vamos a tocar, aunque sea para las farolas.

Nueve menos un minuto. Unos potentísimos focos se encendieron de repente, cegando a los troveros e iluminando todo el escenario.

Las nueve en punto. El Director musical dio la entrada al tema inicial y en el momento del primer acorde, para sorpresa de los propios artistas, una enorme algarabía de gritos, aplausos y bravos inundó la plaza. Se oían risas de mayores y niños, voces de vendedores de helados y caramelos, chascarrillos de feriantes rifando chochonas e incluso, de fondo, la musiquilla clásica de un organillo de feria. Era como si una fiesta de pueblo hubiera aparecido en la plaza de repente, de la nada.

La Trova seguía cantando pero, cegada por los focos, no veía al público. Tan solo podía escucharlo. Y quizá por eso fuera la mejor actuación que ellos mismos recuerdan. El grupo, aunque solo veía luces, sentía ante sí a un público totalmente entregado, que coreaba y bailaba todas y cada una de sus canciones, que reía todos sus chistes y que llenaba de flores el escenario. Incluso ¿por qué no decirlo?, con el “Olvida tus penas” alguna prenda interior aterrizó en la tarima de los púas. Prendas masculinas, claro.

El grupo se contagió del impresionante ambiente y bailó y cantó como nunca. Respondió a ciegas a todos los bises solicitados y me consta, por amigos que tengo entre ellos, que les fue muy difícil dar por terminado el concierto. En el momento en que el presentador daba los obligados agradecimientos para despedir al grupo, una lluvia de confeti y serpentinas cayó sobre público y escenario. Y en ese momento, se apagaron los focos. Y no lo van a creer.

De nuevo no había nadie. Era la misma soledad que antes del concierto. El mismo lúgubre silencio. Las sillas seguían perfectamente colocadas y alineadas, como si nadie se hubiera sentado en ellas, y no había ni rastro de carritos de helados o tómbolas, ni de todo aquello que armaba un enorme bullicio tan solo unos segundos atrás. La sorpresa aumentó cuando unas primeras gotas de agua cayeron sobre el escenario avisando del inminente chaparrón, como si alguien hubiera tenido la delicadeza de parar la lluvia tan solo para el concierto. Aquello era de locos.

El agua arreció en un instante como una catarata y el grupo recogió rápidamente sus pertrechos. Todos corrieron asustados hacia a la guagua. En el momento en que el último trovero hubo subido se oyó una voz alta y profunda. Era esa misma voz de Dios que todos recordamos de las viejas películas de Semana Santa –Moisés, Barrabás, La túnica Sagrada,Constantino Romero-. Una voz que llegaba de todas partes, y que repetía el mismo mensaje una y otra vez: “HASTA LA VISTA TROVA”. Y entonces el pánico hizo presa en todos.

¡Arranque chófer! ¡Sáquenos de aquí, jefe!

Se oyó un alarido desgarrador, como de mujeres histéricas: eran los bajos, que lloraban como niñas. Los guitarristas y los púas escondieron su miedo tras la música, y se pusieron a tocar solemnemente en el pasillo de la guagua emulando a los célebres músicos del Titanic. Los tenores, más prácticos, dedicaron sus últimos momentos a decir cuatro verdades al director musical; y los barítonos, desconsolados, pedían perdón a todos creyendo que era su constante desafino lo que había traído aquella maldición al grupo.

Por fin el chófer, blanco como un papel, metió primera y arrancó; y les aseguro que ni Fernando Alonso le hubiera hecho sombra en aquella salida. Los ánimos se fueron calmando a medida que el escenario quedaba atrás. A tal velocidad y con la lluvia tapándolo todo, tan solo los dos troveros sentados en la última fila de la guagua pudieron leer el cartel que anunciaba la salida del pueblo. “BIENVENIDO A TIJORITATE”. Inmediatamente lo buscaron en google.

TIJORITATE: “Pueblo del sur grancanario. Desaparecido con todos sus habitantes por la erupción de un volcán en 1835”

Los dos troveros se miraron atónitos sin decir palabra. A fin de cuentas, quien mejor que los muertos para querer “Olvidar sus penas”.
 
-LA TROVA-

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