Hola amigos.
Queremos desearles una feliz noche de los difuntos, de las brujas, de los finaos o de Halloween, según cada uno quiera. Así lo vivimos nosotros una vez, y así se lo contamos ;)
TROVARELATO: UNA NOCHE DE CONCIERTO
El chófer de la guagua estaba desconcertado.
A pesar de sus más de veinte años conduciendo por aquellas carreteras, apenas
si reconocía el paisaje. Y aunque el tremendo chaparrón que caía dificultaba su
visión, le parecía increíble que lo que veía a través del parabrisas no le
resultara nada familiar. Muy extraño.
Tras varios desconocidos
kilómetros, al fin se divisó una brillo a lo lejos. La luz se agrandaba a
medida que la guagua se acercaba a ella, hasta que tomó forma de un cartel
luminoso en el que se podían leer unas pocas letras. Todos respiraron aliviados
al ver el enorme neón colgando de lo alto de un amplio escenario, “LA TROVA EN
CONCIERTO”. Allí era.
El grupo nunca se había
encontrado con una actuación como aquella. Todo sigilo y secretismo. Sencillamente,
en un ensayo alguien encontró un sobre con una dirección, una fecha…y el doble
del cache del grupo en metálico…así que ¡contratados!
Justo en el momento en que la
guagua aparcó junto al escenario dejó de llover. Fue totalmente repentino. E
impactante. Sobre todo porque el escenario al aire libre, las sillas del
público y hasta las aceras estaban totalmente secas. ¿Cómo podía ser? Surgieron
los primeros murmullos en el grupo.
Una vez sobre el escenario para las
comprobaciones de sonido, el director musical encontró una nota en su silla que
rezaba lo siguiente: “Damos la bienvenida
a La Trova. El pueblo está en fiestas y todo está preparado. Por favor, sean
profesionales y comiencen a las nueve en punto sin excusas. Sean puntuales. El
Alcalde”
Quedaban veinte minutos, lo justo
para probar algo del repertorio antes de empezar la actuación. Los temas de
ensayo salieron rodados, como nunca, perfectos, lo que ya de por sí era muy
sospechoso. Pero lo que a todos más extrañó fue que, por primera vez desde que
aquel grupo era un grupo, nadie se quejó en la prueba de sonido. Todo el mundo
parecía estar conforme. Cada trovero estaba contento con su sonido, con su
micro, con su monitor, con el afinado de su instrumento, con su posición en el
escenario…hasta con su peinado. No hubo una palabra sobre otra y aquella noche
LA TROVA, más que LA TROVA, parecía la agrupación de niños cantores de San
Ildefonso. ¡Increíble!
Diez minutos para las nueve. La
Trova se colocó en su formación habitual. Sus integrantes se miraban unos a
otros, extrañados e incrédulos. ¡Porque todavía no había público! Allí no se
veía ni un alma. Ni una sola persona. Nadie. El silencio era total, tan solo
roto por los cuchicheos de los mismos troveros en el escenario.
El Director se dirigió al grupo.
-¡Silencio! Seamos profesionales.
No han dicho a las nueve y a las nueve empezaremos. Ya hemos cobrado por esta
actuación y vamos a tocar, aunque sea para las farolas.
Nueve menos un minuto. Unos
potentísimos focos se encendieron de repente, cegando a los troveros e
iluminando todo el escenario.
Las nueve en punto. El Director
musical dio la entrada al tema inicial y en el momento del primer acorde, para
sorpresa de los propios artistas, una enorme algarabía de gritos, aplausos y
bravos inundó la plaza. Se oían risas de mayores y niños, voces de vendedores
de helados y caramelos, chascarrillos de feriantes rifando chochonas e incluso,
de fondo, la musiquilla clásica de un organillo de feria. Era como si una
fiesta de pueblo hubiera aparecido en la plaza de repente, de la nada.
La Trova seguía cantando pero,
cegada por los focos, no veía al público. Tan solo podía escucharlo. Y quizá
por eso fuera la mejor actuación que ellos mismos recuerdan. El grupo, aunque
solo veía luces, sentía ante sí a un público totalmente entregado, que coreaba
y bailaba todas y cada una de sus canciones, que reía todos sus chistes y que
llenaba de flores el escenario. Incluso ¿por qué no decirlo?, con el “Olvida
tus penas” alguna prenda interior aterrizó en la tarima de los púas. Prendas
masculinas, claro.
El grupo se contagió del
impresionante ambiente y bailó y cantó como nunca. Respondió a ciegas a todos
los bises solicitados y me consta, por amigos que tengo entre ellos, que les
fue muy difícil dar por terminado el concierto. En el momento en que el presentador
daba los obligados agradecimientos para despedir al grupo, una lluvia de
confeti y serpentinas cayó sobre público y escenario. Y en ese momento, se
apagaron los focos. Y no lo van a creer.
De nuevo no había nadie. Era la
misma soledad que antes del concierto. El mismo lúgubre silencio. Las sillas
seguían perfectamente colocadas y alineadas, como si nadie se hubiera sentado
en ellas, y no había ni rastro de carritos de helados o tómbolas, ni de todo
aquello que armaba un enorme bullicio tan solo unos segundos atrás. La sorpresa
aumentó cuando unas primeras gotas de agua cayeron sobre el escenario avisando
del inminente chaparrón, como si alguien hubiera tenido la delicadeza de parar
la lluvia tan solo para el concierto. Aquello era de locos.
El agua arreció en un instante como
una catarata y el grupo recogió rápidamente sus pertrechos. Todos corrieron asustados
hacia a la guagua. En el momento en que el último trovero hubo subido se oyó
una voz alta y profunda. Era esa misma voz de Dios que todos recordamos de las
viejas películas de Semana Santa –Moisés, Barrabás, La túnica Sagrada,Constantino
Romero-. Una voz que llegaba de todas partes, y que repetía el mismo mensaje
una y otra vez: “HASTA LA VISTA TROVA”. Y entonces el pánico hizo presa en
todos.
¡Arranque chófer! ¡Sáquenos de
aquí, jefe!
Se oyó un alarido desgarrador,
como de mujeres histéricas: eran los bajos, que lloraban como niñas. Los
guitarristas y los púas escondieron su miedo tras la música, y se pusieron a
tocar solemnemente en el pasillo de la guagua emulando a los célebres músicos
del Titanic. Los tenores, más prácticos, dedicaron sus últimos momentos a decir
cuatro verdades al director musical; y los barítonos, desconsolados, pedían perdón
a todos creyendo que era su constante desafino lo que había traído aquella
maldición al grupo.
Por fin el chófer, blanco como un
papel, metió primera y arrancó; y les aseguro que ni Fernando Alonso le hubiera
hecho sombra en aquella salida. Los ánimos se fueron calmando a medida que el
escenario quedaba atrás. A tal velocidad y con la lluvia tapándolo todo, tan
solo los dos troveros sentados en la última fila de la guagua pudieron leer el
cartel que anunciaba la salida del pueblo. “BIENVENIDO A TIJORITATE”.
Inmediatamente lo buscaron en google.
TIJORITATE: “Pueblo del sur
grancanario. Desaparecido con todos sus habitantes por la erupción de un volcán
en 1835”
Los dos troveros se miraron atónitos
sin decir palabra. A fin de cuentas, quien mejor que los muertos para querer
“Olvidar sus penas”.
-LA TROVA-
No hay comentarios:
Publicar un comentario